martes, 30 de septiembre de 2014

Espejo de falacias

Espejo de falacias. Albert Chillón. 24-09-14

Aunque se haya travestido de radicalismo democrático y regeneradora devoción para difundir su flamante evangelio, el establecimiento de poder catalán está mucho más entreverado con el español de lo que presume, como la misma sociedad que lo sustenta. Y a cuenta del cegador Procés, propulsado por el imaginario que sus medios de persuasión multiplican, ha sumado un buen número de falacias a las muchas con las que lanomenklatura con sede en Madrid fomenta la quiebra económica, política y cultural en curso. Revisemos hoy algunas, entre las muchas posibles.

1.— La primera es la falacia del “expolio fiscal”, locución profusamente usada hasta anteayer que ha hecho de las maltrechas clases medias catalanas una versión estrellada de Fuenteovejuna. Uncida al sintagma “Espanya ens roba”, convenció a decenas de miles de ciudadanos de que la sin duda mejorable balanza fiscal entre el Principado y el resto del país es comparable al infame expolio que las poblaciones indígenas africanas, asiáticas y americanas sufrieron a manos de las metrópolis europeas; de que la acomodada Cataluña es una de las últimas colonias del renqueante imperio español; y de que, claro es, sería mucho más rica y plena si se desembarazase del castizo vampiro hincado en su lomo.

Con todo, ha perdido buena parte de su fuelle desde que el sorpresivo derrumbe del pujolato sembró la sospecha de que una ingente trama de autóctona corrupción pueda haber medrado impune, durante más de treinta años, bajo el palio de la senyera.

2.— Muy extendida en círculos soberanistas gracias al ascendiente de Carod-Rovira y de Rubert de Ventós, la segunda falacia pretende que el independentismo en boga es un fenómeno de nuevo cuño, invención histórica de vanguardia que nada tendría que ver con nacionalismos e identitarismos de raíz romántica, sino con un multiidentitario y ultrademocrático proyecto de regeneración cívica. Una innovadora revolución proyectada al futuro, en suma, y no una versión maquillada del nacionalismo herderiano y de sus nostalgias de etnia, pureza y pasado —tan bien resumidas en la obscena, apabullante mixtificación a cuenta de 1714. De ahí que quepa preguntar: ¿cómo es, siendo así, que sus defensores restringen tan envidiable proyecto a la sola población del Principado y privan de él a las otras que integran la Pell de Brau denostada? ¿Cómo justificar semejante exclusión si no es trazando un espacio de soberanía restringida, un demos basado en una definición apriorística —étnica, nacionalista e identitaria— de lo que “nosotros” somos y no pueden ser “ellos”?

3.— La tercera falacia presume que el Procés surge de la voluntad del “pueblo” catalán, cuya espontánea vindicación habría cogido hace tres años por sorpresa al establecimiento político ahora afín, que se habría limitado a encauzarla. Se trata, en realidad, de una falacia doble. Primero, porque presupone la existencia de un volk, una comunidad homogénea y unánime allí donde solo existe una sociedad móvil, heterogénea y abierta. Y después, porque le atribuye la condición de prístino manantial del que brotaría la soberanía, y una legitimidad superior a la legalidad del Estado de derecho que el voto de la sociedad catalana lleva 35 años sancionando. De ahí la exhortación a la desobediencia civil, en boca de Forcadell y Junqueras. Y de ahí también la fantasía según la cual los medios de persuasión del soberanismo se habrían limitado a reflejar lo que ocurre, cuando llevan décadas configurándolo.

4.— La cuarta y última falacia, sin duda la más incisiva y sutil, sostiene la muy difundida creencia de que existe un fet diferencial que distinguiría cualitativamente el ser catalán del español. Así las cosas, las querencias carpetovetónicas, caciquiles y corruptas arraigadas allende el Ebro serían, aquende este, superadas con creces por una comunidad milenariamente democrática y cívica, industriosa y honrada, adelantada y moderna. Esta es la premisa psicológica, jamás reconocida ni confesada, en la que abreva el ufano, castizo narcisismo que la constelación soberanista exhibe, encantada de admirarse ante el espejito mágico que empuña bruñido, precisamente, por la denigración del “otro” supuesto.

Por más que sea pronto aún para medir su influjo, puede decirse ya que la revelación de Pujol —instada por la justicia española, para más inri— ha hecho trizas la espejeante luna ante la que una variopinta ciudadanía se soñaba. Prohombre arquetípico, padre de la patria y maestro de virtudes y moral, antropológico emblema del presunto ser nacional y de la tautológica identidad nostrada, el president por antonomasia arrastra con su caída el pulcro, historiado velo que pintaba de tornasoles la ambigua e intrincada realidad, y hace esquirlas un espejo ante el que ya no cabrá ensalzarse. El mesías con el que tantos se identificaban es solo un hombre imperfecto y equívoco, semejante a sus pares vecinos. Casi nada ni nadie han quedado indemnes, no cabe duda. Siga adelante el Procés, pero no sobre tales falacias.

Albert Chillón es profesor de la UAB y escritor.


domingo, 28 de septiembre de 2014

¿ El referéndum como solución?

¿El referéndum como solución? Ignacio Urquizu. 22-09-14

En los últimos tiempos el referéndum está de moda en España por un doble motivo. Por un lado, la profunda crisis política que vivimos ha abierto el debate sobre nuestro modelo de democracia. Son muchas las voces que piden un sistema político más participativo donde los partidos tengan un papel menos relevante en beneficio de la voz de la calle. Es aquí donde los referéndums aparecen como solución mágica a muchos de nuestros males. Por otro lado, una abrumadora mayoría de catalanes demanda poder elegir de forma directa su relación con el resto de España. Las sucesivas Diadas de los últimos años y el referéndum escocés han dado alas a esta reclamación. Pero, ¿es el referéndum la solución para ambas situaciones? Veamos algunos argumentos que ponen en duda esta forma de participación política

La primera de las reflexiones la obtenemos de un libro que ha aparecido en los últimos días y que les recomiendo de forma encarecida: ¿Cómo votamos en los referéndums? (Catarata, Madrid) de Braulio Gómez y Joan Font (Eds.) En él se analiza el comportamiento electoral de los españoles en los distintos referéndums que se han celebrado en nuestro país. Una de sus conclusiones más robustas es que existe una fuerte relación entre las posturas de los partidos políticos y lo que finalmente votan los ciudadanos. O dicho de otra forma, las formaciones políticas parecen representar de forma muy acertada las preferencias de la gente. Si esto es así, la primera pregunta que nos surge es: ¿es necesario un referéndum si el resultado será muy similar a una votación en un Parlamento? ¿Hasta que punto es necesario tensionar una sociedad pudiéndose llegar al mismo resultado a través de las instituciones representativas?

En segundo lugar, los referéndums son un instrumento magnífico para evadir responsabilidades. Si por algo se definen las democracias representativas es porque los políticos son responsables de sus decisiones en la medida que éstas son sometidas a juicio público en las elecciones. Pero si un representante comienza a dejar en manos de los ciudadanos sus decisiones, siendo éstos quienes las adoptan a través de consultas directas, el político deja de ser responsable de estas decisiones. Es decir, la responsabilidad se trasladaría del representante al representado. De esta forma, la democracia dejaría de ser representativa y las elecciones no serían el “juicio final” de la legislatura. De hecho, en un referéndum, son tantas las personas responsables de la decisión, que al final nadie es responsable. Y sin responsabilidad, la democracia es muy imperfecta.

En tercer lugar, los referéndums son magníficos instrumentos de manipulación política. Esto significa que muchos gobiernos los convocan por razones que van más allá de la pregunta que se formula como, por ejemplo, ganar popularidad. Pero el comportamiento de las oposiciones no es menos oportunista y en muchas ocasiones los suelen utilizar como una ocasión más para desgastar al ejecutivo de turno. Esto es posible, entre otras razones, por la fuerte influencia partidista a la hora de decidir el sentido del voto, tal y como hemos visto anteriormente. Si esto es así, cuando los ciudadanos se enfrentan a un referéndum, sus motivaciones del voto no tienen mucho que ver con la pregunta que se formula, sino con otras cuestiones. Dicho de otra forma, las razones del voto en un referéndum tienen que ver con miles de razones, excepto con lo que se pregunta a la ciudadanía.

En cuarto lugar, cuando los resultados son muy ajustados, los perdedores tienen la tentación de esperar una “segunda vuelta”. En una democracia representativa, esto no es un problema muy serio. Sabemos que cada x tiempo las elecciones vuelven a celebrarse. Pero en el caso de los referéndums, ¿cada cuanto tiempo tienen que convocarse? ¿Una vez en cada generación? ¿Una vez en la vida? ¿Cada cinco años? El horizonte temporal de los referéndums para los perdedores que tocan con la punta de sus dedos la victoria no es algo simple y sencillo. Pueden tener la tentación de desestabilizar la situación política y convocar sistemáticamente movilizaciones ciudadanas hasta que logren la victoria.

En quinto lugar, no queda muy claro si un referéndum es el punto de partida o el punto de llegada de un problema. Es decir, si la convocatoria no se hace con plenas garantías y tras un debate serio y rigoroso, es posible que el referéndum acabe generando más inestabilidad que la existente previamente. Por eso, su convocatoria no es baladí y es necesario llevarlo a cabo cuando todas las partes están de acuerdo en que es la mejor forma de resolver un conflicto.

En sexto lugar, como toda forma de democracia directa donde los representantes se relacionan directamente con los representados, los controles intermedios desaparecen. Esto se traduce en una enorme desprotección de las minorías.

Por todo ello, considero que los referéndums no son un instrumento sencillo. Merecen una reflexión profunda más allá de lugares comunes y deseos personales. De hecho, las prisas no son buenas a la hora de convocarlos. Pero esto no significa que las consultas ciudadanas no sean una magnífica forma de resolver problemas democráticos. No obstante, para que así sea, tiene que cumplir con una serie de requisitos: que haya acuerdo entre las partes, que las reglas del juego quedan definidas con antelación, que el debate público sea constructivo y riguroso y que la pregunta sea sencilla y clara. Otra cosa será la gestión del resultado.

viernes, 26 de septiembre de 2014

El verdadero resultado del referéndum escocés

El verdadero resultado del referéndum escocés. Víctor Francisco Bermúdez. 24-9-14

Han pasado sólo algunos días desde que se supo el resultado del referéndum escocés y las noticias que llegan desde Escocia y el resto del Reino Unido no son para nada positivas. Primero fueron los violentos enfrentamientos entre unionistas y separatistas en Glasgow del sábado. Después supimos este domingo que Alex Salmond, el recién dimitido líder independentista escocés, asegura ahora que Escocia podría declarar la secesión sin necesidad de otro referéndum. Bastaría dice, que hubiera una mayoría independentista en el parlamento escocés para que éste a las bravas, votase la separación. Esta declaración todavía impacta más si tenemos en cuenta que unos días antes del referéndum aseguró que si ganaba el 'No', no habría otro referéndum en una generación. Ahora ya, ni referéndum, ni generación, ni nada. Lo cual invita a pensar que la tensión social corre el riesgo de no bajar cual sufflé, sino de mantenerse o empeorar.

Como declaraba el periodista Kevin McKenna en The Guardian el pasado domingo en un artículo sobre su “inconsolable” hija, una independentista escocesa frustrada por la victoria del 'No': “En el curso de esta campaña una nueva generación de nacionalistas escoceses ha sido concebida y ha visto la luz”.

Pero de hecho, ya durante la campaña del referéndum se fueron calentando las conciencias y acrecentando la división social. Como informó The Guardian el día antes del referéndum, la tensión provocada por el referéndum ha dividido incluso hogares y familias. Otro episodio de tensión se vivió con la visita de Ed Miliband, líder del Labour Party, a un centro comercial en Edimburgo. Miliband tuvo que llegar a refugiarse en una tienda mientras pro y anti separación se las tenían a gritos fuera.

Pero han habido muchos más incidentes, en este link puede leerse como seguidores del 'No' fueron amenazados, les tiraron piedras y tuvieron miedo a partir de cierto momento de defender públicamente su posición. También les recomiendo este artículo, donde entre otras cosas se dice que muchos empresarios se sientieron intimidados y fueron boicoteados tras mostrar públicamente su preferencia a favor del 'No'. O este otro donde se puede apreciar como el referéndum no ha hecho más que exacerbar una tensión que algunos ingleses residentes en Escocia ya consideran racismo anti-inglés.

La afirmación que Artur Mas hizo sobre el referéndum de Escocia de que: “Votar une, no separa”, como si él defendiera la consulta para luchar contra el separatismo por cierto, es falsa. La división social en Escocia es hoy mayor que antes de que se plantease el referéndum. Las palabras de Artur Mas son un caso extremo de vacuidad y propaganda, pero resulta desalentador ver la superficialidad con la que tanta gente ha celebrado el referéndum escocés como un “ejemplo democrático”, "gane quién gane, quien gana es Escocia" o un “ejemplo de lo que debería ocurrir en Cataluña”. Una prueba más de que vivimos en una posmodernidad cultural donde los referentes humanistas y los análisis serios han quedado relegados por las etiquetas, el marqueting y el puro egoísmo.

El verdadero resultado del referéndum escocés, el que de verdad importa no es la victoria del 'No'. Tampoco lo es, que el referéndum haya supuesto en si ninguna solución democrática a nada. Porque de hecho ha supuesto lo contrario, ha creado un problema donde apenas lo había. El resultado desde el punto de vista humano, es que hoy la sociedad escocesa es una sociedad más radicalizada y fracturada. En ella, las identidades plurales y ricas de una parte de los ciudadanos, se han vuelto más simples y sectarias porque los escoceses han sido llevados a escoger entre sus identidades y afectos.
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viernes, 19 de septiembre de 2014

De independencia y secesiones




En Escocia ha ganado el No 55/45, al final de la campaña se fueron acercando, pero los últimos días volvieron a separarse el si y el no. Las casas de apuestas aventuraban hace dos días la victoria del NO y daban 3/1 al si.



http://www.elmundo.es/grafico/internacional/2014/09/17/54198a00ca474190738b4587.html



En EEUU. podría haber 149 estados, de llevarse a cabo la diferenciación o separación de los diferentes. En Europa a continuación mapa de los independentismos.


Si miramos hacia atrás, Europa sería un mosaico como el que se ve. Y si retrocedemos otro poco habría que considerar la dominación árabe y sus cientos de años de asentamiento en España en infinidad de reinos, califatos, y etc.


Yo prefiero apostar como legitimidad superior los pactos sociales del presente, el reglamento constitución o leyes, dado entre ciudadanos libres e iguales hacia el futuro. Aquellos supuestos estados eran de la corona, reyes, etc. nunca fueron creados por ciudadanos, no existían.

''La identidad… en política (la cultura va aparte) es la ciudadanía sin otra raíz que la ley común ni otros condicionamientos que los racionalmente pactados entre iguales. El laicismo, ciertamente inseparable de la república democrática, no sólo libera a la cosa pública de cualquier servidumbre a creencias teocráticas, sino también de la obligación de respetar tradiciones, genealogías o señas étnicas particulares. A los ciudadanos los determina el reglamento a partir del cual nacen para el futuro, no los orígenes que les anclan —y quizá les enfrentan— en el pasado.''
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miércoles, 17 de septiembre de 2014

Cataluña. Camina a la secesión

¿No votar o votar no? Patxo Unzueta. 22-01-2013

El 16 de junio de 1978, al finalizar el debate en comisión sobre el Título VIII de la Constitución, referente a la organización territorial del Estado, el diputado Letamendía, de Euskadiko Ezkerra (luego lo sería de Herri Batasuna), pidió la palabra para defender una enmienda de adición sobre el derecho de autodeterminación. En virtud de ella, un territorio autónomo podría, transcurrido un plazo de dos años desde la aprobación de su Estatuto, optar en referéndum entre seguir formando parte del Estado o separarse de él y constituir un Estado independiente.

Lo más llamativo de aquella sesión fue que el representante de Convergència Democràtica, Miquel Roca, y los del PSC se ausentaron de la sala en el momento de votar, sin duda para no hacerlo contra la autodeterminación. El portavoz del PSUC, el partido de los comunistas catalanes, Jordi Solé Tura, incitado a hacer lo mismo, se negó a ello y tras la votación pidió la palabra para explicar por qué había votado y por qué contra la enmienda.

Lo había hecho porque “se trata”, dijo, de hacer una Constitución “que refleje las aspiraciones de la inmensa mayoría de la población española”, dejando de lado aquello que “o no es compartido por la mayoría o puede provocar divisiones o laceraciones tremendas”. Pero sobre todo, según explicaría años después en Nacionalidades y nacionalismos en España(Alianza Editorial. 1985), porque “lo que la izquierda no puede hacer es defender el Estado de las autonomías, propugnar su desarrollo y su plenitud en sentido federal y mantener al mismo tiempo un concepto, el derecho de autodeterminación, que cambia este modelo político y puede llegar a destruirlo”. Los nacionalistas pueden mantener la confusión, añadía, porque consideran que su única responsabilidad es el interés de su nacionalidad; pero la izquierda asume la de la construcción del Estado autonómico en su conjunto, por lo que “no puede permitirse la más mínima ambigüedad al respecto”.

Tras su intervención, en la que había aludido a la actitud poco comprometida de los otros representantes catalanes, Roca y el socialista Guerra Fontana dijeron que, de haber votado, no lo habrían hecho a favor, lo que dejó flotando la duda de si habrían votado no o se habrían abstenido.

Contra la idea, no solo nacionalista, de que la autonomía es una fase provisional hasta que haya condiciones para un referéndum soberanista, Solé Tura supo ver ya entonces que defender la lógica autonomista (o federal) es incompatible con propugnar la autodeterminación. No son dos vías consecutivas, de forma que la culminación de la una conduzca a la otra, sino dos caminos paralelos; y la opción por la de la autonomía se justifica por su mayor capacidad de integración de la pluralidad identitaria propia de toda sociedad compleja.

Un expediente tan traumático como un referéndum de autodeterminación, que divide a la sociedad entre ganadores y perdedores absolutos y es difícilmente reversible, no es la única y tampoco la mejor respuesta a las tensiones nacionalistas en un marco de libertades. Al revés: es un paso atrás respecto al modelo autonómico o federal (descentralización política sin ruptura de la unidad), que tanto la teoría política como la experiencia han demostrado que es capaz de satisfacer a un mayor número de ciudadanos que cualquier salida extrema; y de recoger eventuales variaciones en la temperatura nacionalista sin llevar a situaciones irreversibles.

Entre 2010 y fines de 2012, el porcentaje de los que se consideran solo catalanes ha pasado del 21% al 29%, pero es todavía muy inferior al 66,2% que consideran compatibles, en diferentes proporciones, sus identidades catalana y española. Esa mayoría, base social esencial de la autonomía, explica que, si bien en las encuestas realizadas en las semanas que siguieron a la Diada se aprecia una fuerte crecida del voto independentista (del 23% de 2010 al 44,3% de 2012), los partidarios de un Estado federal o autonómico sumaban un porcentaje casi idéntico (44,6%). ¿Puede plantearse un referéndum por la independencia en esas condiciones, enfrentando a una mitad de la población contra la otra mitad? ¿Puede cuando, además, esa iniciativa se presenta como respuesta a la negativa del Gobierno a mejorar la financiación de Cataluña a costa de las de otras comunidades?

La iniciativa dejará heridas de difícil cicatrización social. Porque esa motivación económica se proyecta no tanto contra los gobernantes como contra la población de esas otras comunidades, a las que se responsabiliza de las dificultades propias. De ahí la incoherencia de partidos con responsabilidades en otras autonomías que, estando en contra de la independencia, se dicen sin embargo partidarios de la consulta de autodeterminación sin otro trámite que pasar a denominarla derecho a decidir.

En función de su adhesión a ese principio, el PSC se comprometió de entrada a no interferir en el itinerario que conduce al referéndum planteado por Mas. Pero si es evidente que ese itinerario provoca una fuerte división interna y ruptura de lazos afectivos e intereses compartidos con el resto de los españoles, lo responsable sería tratar de evitar que la cuestión se plantee en esos términos tan cortantes. Más aún si se defiende el federalismo como marco capaz de recoger el pluralismo identitario sin desgarros para nadie.

Los socialistas catalanes han rectificado parcialmente presentando como alternativa una reforma constitucional en clave federalista; pero mantienen su defensa del referéndum, siempre que sea legal. Se comprende su temor a quedar aislados si no se colocan en la dirección de las olas, pero hay síntomas de que esa dirección ya está cambiando. Tras el debate público de estos meses, que ha dejado claro que la salida de España implica quedar fuera de la UE, y que ambas cosas tendrían efectos muy negativos para la economía catalana, así como que Europa no va a hacer nada por dar cobertura legal a la iniciativa, se afianza la convicción de que, al margen de las posiciones finales de los partidos, no existe una mayoría social clara por la separación.

Ante lo cual, desde el campo soberanista se está intentando recomponer la unanimidad que siguió a la Diada, pero no ya con relación a la independencia, sino al derecho a decidir. Como simplificó el líder de ERC, Oriol Junqueras, “no es que unos voten que sí y otros que no, sino que unos quieren que los catalanes voten y otros que no”. El objetivo no sería tanto ganar el referéndum como que este se celebrase, sentando un precedente a invocar cuando convenga. O, en el límite, si no llegase a celebrarse por los obstáculos legales, que se hubiera evidenciado una amplísima mayoría parlamentaria a favor del derecho a convocarlo, incluyendo partidos contrarios a la independencia, como el PSC, o divididos al respecto, como Iniciativa.

Si es lo que ocurre mañana, sería un gran éxito político del independentismo, con fuerte impacto en Europa. Y un lastre para los planteamientos federalistas del PSC. Condición para que una alternativa de ese signo sea capaz de suscitar un respaldo mayoritario en Cataluña y una aceptación suficiente en el resto de España es que se acote el marco de juego: el del autogobierno, con garantías, pero sin ruptura del marco común. Si Pere Navarro votase a favor del referéndum con la excusa del derecho a decidir, o se abstuviera, quedará sin margen para articular esa alternativa cuando se evidencie el fracaso de Mas; el que espera ERC para el sorpasso.

El presidente de la Generalitat ha debido darse cuenta de que el guionista del viaje a la independencia ya no es él sino su socio, Oriol Junqueras. No porque tenga más ideas, o mejores, sino porque no tiene dudas. “Cada vez que alguien pone pegas al proceso, nos hace perder el tiempo”, dijo hace poco, desbordante de certezas. Como las que deslizaba en la entrevista publicada en este periódico el 15 de enero: le parece innecesario negociar con el Estado español “porque no sirve para nada”, considera que cualquier norma que tratase de evitar el referéndum ilegal “sería antidemocrática”, y si el Estado o el Tribunal Constitucional frenan la consulta, “esta se celebrará igualmente: se colocan las urnas y se convoca a los ciudadanos”. Y el porcentaje para dar validez a la consulta será “la mitad más uno”.

¿Comparten ese guión Artur Mas, Duran Lleida, Joan Herrera y el resto de los que piensan votar mañana a favor de la declaración soberanista? ¿Cuántos votantes de sus partidos estarán en desacuerdo? Y ¿qué les diría hoy Jordi Solé Tura a sus antiguos camaradas comunistas y socialistas si no hubiera fallecido hace tres años?

domingo, 7 de septiembre de 2014

La reentrada



''Hay que comer. Elvira Lindo. 7 sept 2014.

Hay personas que sirven para el enfrentamiento. Yo no. Y es duro llegar a esta conclusión, no crean. Se siente una, en el ambiente actual, un poco disminuida, sin la forma adecuada para resistir el tirón. Observas cómo colegas tuyos se enfangan con franco desparpajo en discusiones políticas, conectas por otro lado la tele y asistes a la salvamización del debate político, con todos nuestros futuros representantes pasando sus noches ante las cámaras, siendo cada uno inquietantemente fiel al personaje que representa, y todo ese espectáculo, caramba, te provoca una especie de molestia que no sabes cómo calificar. ¿Esto era todo?, te preguntas. ¿Era y es esto la política? ¿Es ahí, en un plató, donde se está decidiendo el futuro de mi país? Debe ser que sí, porque ya es una costumbre admitida que al día siguiente de los teledebates las redes sociales se alimenten del show y se pongan a la tarea de difundir los enfrentamientos. Como suele ocurrir, celebrando la torpeza del adversario, que siempre es idiota, y la agresividad del camarada, que siempre es brillante. Los unos son, por sistema, despreciables para los otros. Y si esto es así, como parece ser, para qué gastar energía en disentir. La pregunta es: ¿mi voz puede aportar algo?, ¿Seré escuchada sin cinismo por aquellos que no piensan como yo? Y todavía algo más esencial, ¿tengo resistencia para dar mi opinión y saber que en cuanto la haga pública habré de bajar la cabeza para soportar collejas?

No sé responder a esas preguntas. Supongo que mi alma se resiste a abandonar la laxitud agosteña y se me hace cuesta arriba dejar de ser espectadora para meterme en faena. Y no es porque cuando no se escribe se desconecte absolutamente de la realidad, al contrario, se tiene más tiempo para catar lo que otros piensan, sino porque se degusta el placer de mantenerse en silencio.

Ante mis ojos se han sucedido este mes noticias que realmente me han irritado, o me han sacado de quicio: la confesión cristiana de Pujol y la sorpresa inaudita de los que le creían un gran hombre; las peregrinas teorías que explican esta chorizada por una especie de contagio de la sucia política española;… el que los partidos se pasen el día prometiendo una regeneración que no se aprecia en nada; el hecho de que los sindicatos no reaccionen ante lo que puede ser su autodestrucción y con ella el desamparo de los trabajadores; el que se aproximen unas elecciones municipales y el PP quiera tomarnos por idiotas y prepararse el terreno para ganar alcaldías que ve en peligro; el que el PSOE jamás haya pensado que Madrid es una plaza esencial para presentar a un candidato a la altura de semejante tarea; el que se haya instaurado el desprecio hacia cualquier tiempo pasado dentro del marco de los últimos treinta y cinco años, asegurando que sin duda todo lo pasado fue peor; …


¡Basta!''