lunes, 26 de agosto de 2013

Las banderas no hacen a un pueblo más participativo

Sigo desarrollando el BALANCE DE MEDIA LEGISLATURA. 2013, que comencé hace unos cuantos post.

El orgullo y respeto por los símbolos nacionales se consigue cuando se utiliza de forma conciliadora, cuando los símbolos son usados de manera inclusiva y respetuosa con los otros, incluidos los contrarios. El principal símbolo nacional debe serlo, si y solo si, es aceptado voluntariamente por el conjunto de la ciudadanía. El amor y respeto por los símbolos, se manifiesta practicando la defensa de su carácter genérico e integrador, por lo tanto combatiendo a los ultras que se los apropian y utilizan en provecho propio. Y de ninguna manera, poner una bandera, hace a un pueblo más participativo.

El asunto de las banderas es altamente delicado, encierra muchas de las disputas de este país y si no se trata con delicadeza, las emociones pueden encabronar la relación, crispar la convivencia hasta hacerla exclusiva para muchas personas. Pues, ¡que se jodan!, es lo que dicen unos, arremetiendo contra los otros. Su torpeza es tan brutal como la de aquellos que dicen ‘O me quiere a mí, o la mato’, la misma emoción en términos machistas, que provoca tanta violencia. Pero el amor no se impone, el cariño no se puede obligar y quien lo pretenda no debe engañarse, solo difunde odio y ánimo de exclusión.

El problema en España con la bandera, es que el símbolo que debería unir a la población no tiene una experiencia común aceptada mayoritariamente, elegida voluntariamente y querida por todos. Al margen de su historia antigua, la creación legal en la Transición del símbolo nacional, reconvirtiendo la bandera franquista quitando la reminiscencia fascista del ‘aguilucho’, es uno de los dos mayores puntos negros de la época, -no me atrevo a llamarlos errores, el otro es la ley electoral, que es la principal llave para resolver un buen montón de problemas políticos e institucionales- dejó la bandera demasiado cercana al símbolo bajo el cual combatieron los golpistas que iniciaron una guerra civil, y arropados con la rojigualda se dirigió una represión sangrienta contra el pueblo español durante muchos años.

A mucha gente le parecerá bien mantener el símbolo bajo el cual lucharon, -para eso ganamos la guerra, ¡que se jodan!, gritan- pero, precisamente por ello, por quererlo imponer a sangre y fuego, más de la otra mitad del país se aparta, no puede sentirla con placer. Por cierto justificar cualquier acción, poner una bandera, en que algunas personas felicitan por ello, es cuanto menos una insensatez, porque todas, cualquier bandera que se izara, tendría amantes. El problema es intentar conciliar sentimientos de los diferentes en una vida en común, la cuestión es potenciar o no la sociedad democrática.

Después de la guerra civil, y tras de la muerte de Franco, ya en aquellos lejanos días de la Transición hubo varios centenares de muertos, que cayeron por las balas de funcionarios protegidos por esa bandera, y por escuadrones de fachas escondidos tras ella. Muchas palizas fueron dadas arropados con ella, muchos insultos impartidos por quienes portaban la rojigualda. Tras el golpe de estado de Tejero del 23F, hemos visto por las calles, en los bares, comercios, en los campos de futbol… como los individuos que llevaban la parafernalia del golpista, portaban la rojigualda a su lado, de hecho los símbolos se vendían juntos, sin que el resto de conservadores les recriminara por ello. Era el símbolo de los que gritaban ‘Tarancón al paredón’, de aquellos que defendían una iglesia franquista y ultra, mientras la mayoría de los azules asentía o callaba.

Carrillo durante la transición, la aceptó,  para evitar líos mayores, e intentó con grandes esfuerzos que fuera aceptada por los comunistas, es la contribución que le reconocen desde muchas instancias conservadoras. Desde entonces pudo haberse intentado una mayor identificación popular reduciendo agravios si algunas minorías no se hubieran apoderado de ella sin que sus cercanos movieran un dedo para impedirlo o criticarlo. Desde aquellos días es utilizada con demasiada frecuencia por la  extrema-derecha para golpear al resto, con la pretensión de expulsar a la mayoría de los españoles de su propio país. La bandera fue utilizada para excluir y desde las posiciones conservadoras no lo evitaron saliendo al paso de los excluyentes, y ahora las mentes más preclaras de entre ellos reconocen el inmenso error.


Si quieren empezar a corregir el problema, deben pelear por desterrar la apropiación patrimonial de sus propias filas, visible en cada manifestación callejera azul, en cada reivindicación ultra sea religiosa o política, visible en la ostentación ante sus líderes o contra los del resto, siempre usada como arma excluyente. Todo el mundo sabe que tras una pulsera rojigualda, o pegatina en un coche, hay un individuo de extrema-derecha en un 70% de ocasiones, franquista en un 20%, y variados en el 10% restante. Todos sabemos que las manifestaciones de los derechistas los ultras se identifican con la rojigualda, que grupos o individuos violentos se amparan tras ella muchas veces.

PD. La foto es de agosto 2013.

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